martes, marzo 07, 2006

Un año de tristes efemérides (III).

Este tercer capítulo, correspondiente al 11-M, es probablemente el más doloroso, no sólo por la barbarie del hecho en sí, sino por la cercanía que lo convierte en algo más relacionado con nosotros mismos. De este suceso todos tenemos memorias muy claras y próximas que, sin duda, lo convierten en un acontecimiento singular, de los que marcan a una generación.

En mi caso, tuve conocimiento de la noticia por primera vez por boca de mi madre, que me despertó a eso de las ocho y media para ponerme al corriente de lo que estaba sucediendo. Muchos no lo sabréis, pero mi hermana vive en Madrid y suele andar de metro en metro a esas horas de la mañana; afortunadamente, no sólo no se vio afectada, sino que para cuando tuvimos conocimiento de la tragedia, ella ya estaba localizable. Su novio, en cambio, sí que pasó un rato bastante desagradable al tener mi hermana el el teléfono fuera de cobertura en esos instantes.

Una vez superado esta primera incógnita, aún me quedaban varias personas en Madrid de las que preocuparme; tras las preceptivas llamadas y mensajes (junto a la visita al foro, lugar que me ha brindado la oportunidad de conocer a gente maravillosa tanto en Madrid como en el resto de España) pude comprobar que no faltaba nadie. El alivio que siente cualquier ser humano ante situaciones de este estilo no puede dejar de ir acompañado de un cierto sentimiento de culpabilidad ante el indudable -aunque inevitable e irreprochable, por otra parte- egoísmo que entraña esta actitud. No deja de ser curioso, por otro lado, la extensión de este sentimiento que experimentamos los seres humanos cuando entran en juego las patrias y las banderas: siendo las 192 víctimas de Madrid tan ajenas a mí y a mi vida como las que fallecieron en los atentados de Londres, uno no puede dejar de sentirse más afectado por las primeras que por las segundas; esto es, asimismo, aplicable -probablemente por una cuestión mediática- cuando de razas o culturas se trata: estos mismos londinenses son percibidos como más cercanos y, por lo tanto, más dignos de compasión que aquellos que han tenido la mala suerte de nacer en el Tercer Mundo y a cuyas tragedias no somos capaces de asignarle fecha.

No obstante, esta sensación de alivio no es capaz, de ninguna de las maneras, de eliminar el dolor, la pena, la rabia y la impotencia que una salvajada de este calibre provoca en cualquier mente mínimamente equilibrada. Y aquel día vi cómo mis lágrimas se unieron al agua de la ducha; y volví a llorar cuando, sintonizando el programa de vídeos musicales de los 40 (en este caso un especial modificado en consonancia con los acontecimientos), rescataron un directo de U2 del célebre Sunday, Bloody Sunday, cuya letra dice así:

I can't believe the news today
I can't close my eyes and make it go away
How long, how long must we sing this song
How long, how longTonight, we can be as one
Tonight

Broken bottles under children's feet
Bodies strewn across a dead end street
But I won't heed the battle call
It puts my back up, puts my back up against the wall

And the battle's just begun
There's many lost, but tell me who has won
The trenches dug within our hearts
And mothers, children, brothers, sisters torn apart

How long, how long must we sing this song
How long, how long
Tonight we can be as one, tonight, tonight
Wipe your tears away (3x)
Wipe your tears away Sunday, bloody Sunday
Wipe your tears away Sunday, bloody Sunday
Sunday, bloody Sunday (4x)

And it's true we are immune
When fact is fiction and T.V. reality
And today the millions cry
We eat and drink while tomorrow they die
The real battle just begun
Sunday, bloody Sunday
To claim the victory Jesus won
Sunday, bloody Sunday
On a Sunday, bloody Sunday
Sunday, bloody Sunday

Muy al pelo, qué duda cabe.

Posteriormente, todo este asunto se emponzoñaría con los asuntos políticos que, en un día como hoy, sobra comentar.

Para terminar, dejo el enlace al hilo-homenaje de dos buenos amigos (aunque las fotos han desaparecido y estaría bien que las recuperarais): la Doble D, Dani y Diana (una madrileña a la que, por aquel entonces, no tenía el inmenso privilegio de conocer).