martes, septiembre 27, 2005

Las bicicletas son para el verano.

Sin embargo, pese a los consejos de Don Fernando Fernán Gómez -secundados por Jaime Chávarri- decidí hacerme con una a las puertas de otoño.

Tras moverme a pie durante el mes largo de estancia que llevaba aquí, llegó el momento de conseguir un medio de transporte al alcance de mis posibilidades. La alternativa por la que suele optar la mayoría de los extranjeros que habitan por aquí es la bicicleta, vehículo que se puede ver con bastante frecuencia en las calles de la ciudad.

Había oído que en Boscombe, una ciudad vecina -aunque perteneciente a Bournemouth- se podían conseguir bicicletas usadas a precios bastante razonables. Podríamos decir que Boscombe es a Bournemouth lo que La Cala a El Palo, aunque sin autovía de por medio y a menor distancia, por lo que ir andando no supone ningún problema aunque requiere tiempo y ganas. Ambos factores se conjuntaron en la mañana de un martes en el que no tenía que trabajar.

Llegué, por lo tanto, a un pequeño supermercado asiático en cuyas puertas se podía observar la presencia de un puñado de bicicletas. Eché un vistazo a lo que había y me decidí por una que costaba 38 libras de vellón aunque, por los precios que me dijeron, no existían grandes diferencias en este sentido.

Me disponía a estrenar mi bici en el camino de vuelta, pero no iba a resultar tan sencillo. Lo primero que ocurrió en cuanto di dos pedaladas es que se salió la cadena. No supuso un problema muy difícil de solucionar. El problema es que, a los pocos minutos, la situación se repitió, aunque con peores consecuencias: la cadena quedó alojada en el hueco existente entre los piñones y la tuerca que los mantiene unidos a la bici, siendo totalmente imposible sacarla. Por lo tanto, me vi en la penosa y kafkiana necesidad de realizar una parte considerable del viaje de vuelta a casa empujando al instrumento que presuntamente estaba destinado a evitarme largas e incómodas caminatas.

Como es natural, no estaba dispuesto a quedarme con una bicicleta imposible de montar, por lo que resolví volver a Boscombe esa misma tarde. El problema es que ese día tenía clase desde las 14:30 hasta las 16:30; tras la clase, algunos de los alumnos de English2000 nos dirigimos a una cafetería cercana para compartir unos minutos de esparcimiento, por lo que llegué a casa a eso de las 18:00. Una vez allí, Andreas me preguntó si me apetecía ver los Simpsons, lo que, pese a mi respuesta afirmativa, resultó imposible a causa de la gran cobertura mediática de que gozó un evento deportivo de gran magnitud en el mundo del cricket llamado The Ashes, en el que Inglaterra y Australia se enfrentan durante semanas una vez cada dos años. Todo esto acarreó un notable retraso en mi salida hacia Boscombe, adonde llegué a una hora bastante cercana a las 19:00, con previsibles consecuencias: la tienda cerraba a las 18:30, por lo que todo lo que conseguí aquella tarde fue darle un paseo a la bici, como quien saca al perro a hacer sus necesidades (de cuyos restos, por cierto, apenas se puede encontrar rastro en las calles, circunstancia de la que podríamos tomar ejemplo en nuestra ciudad). Tras valorar las posibilidades, decidí acercarme al hotel para preguntar si podía dejar allí a mi “mascota” metálica; como quiera que mi jornada laboral al día siguiente comenzaba a las 8 de la mañana y no concluía hasta las 6 de la tarde, la única posibilidad de estar en Boscombe antes de las 18:30 era ir directamente desde el hotel.

Así lo hice. Me metí un metafórico cohete por el culo y me las arreglé para estar en la tienda antes de que cerraran. El dependiente sacó sus herramientas y fue capaz, tras denodados esfuerzos, de colocar la cadena en su sitio, por lo que el asunto parecía solucionado. Me dispuse a regresar a casa pero algo ocurrió. Exacto: como muchos habrán adivinado, a mitad de camino la cadena volvió a abandonar el lugar que le correspondía, imposibilitando pedalada alguna. Una vez más, por lo tanto, mi desplazamiento -jalonado en esta ocasión con gran variedad de palabras malsonantes- resultó infructuoso. Barajé la posibilidad de repetir la operación del día anterior y dirigirme al hotel para preparar una nueva excursión post-laboral a Boscombe, aunque finalmente decidí que no; por falta de ganas y por evitarme el tener que explicar la historia, cosa que, en aquel momento, no me apetecía en absoluto.

Así pues, llegamos al viernes, día en el que me tocaba trabajar por la tarde-noche-madrugada. La única posibilidad que tenía era ir por la mañana, así que eso es lo que hice. Me personé en el maldito supermercado asiático y le expliqué la situación al dependiente, quien me preguntó si quería cambiar de bici; los más avispados habréis adivinado la respuesta que le di tras sesudas y profundas reflexiones ante una duda de dimensiones hamletianas: sí. Me dio a elegir entre todas las máquinas de que disponían y extendí mi dedo índice con la esperanza de que los hados del destino tendrían a bien asesorarme correctamente en tan peliaguda decisión. Tras comprobar que la cadena parecía funcionar correctamente (comprobación bastante superficial, por otra parte), me subí a mi recién intercambiada bicicleta con ilusiones renovadas. La buena noticia es que la cadena permaneció adherida al plato y al piñón; la mala noticia es que la rueda trasera hizo lo propio con uno de los hierros que la enmarcan, produciéndome al pedalear una sensación similar a la que debió padecer Miguel Induráin cuando se quedó en el Mortirollo junto a Cacaito Rodríguez quien, por cierto, también acabó por superarle. En esta ocasión, me dio tiempo a regresar a la tienda a reencontrarme con mi ya íntimo amigo el dependiente. Volvió a sacar sus herramientas a las que, gracias a mí, ha sacado un partido que ni el de Bricomanía. Entre lágrimas de felicidad, comprobé que la bicicleta llegó sana y salva hasta mi lugar de residencia; no más viajes a Boscombe con la bicicleta a cuestas, no más visitas a mi amigo el dependiente, no más soliloquios en arameo al averiarse la bici a los pocos minutos de sacarla de la tienda... Era feliz.

La pude estrenar ese mismo día de camino al trabajo donde la jornada fue especialmente larga y agotadora (aunque no tanto como la que me aguardaba al día siguiente), empezando a las 3 de la tarde y saliendo del hotel de madrugada. ¿A que no sabéis qué me ocurrió de camino a casa? Estoy seguro de que ninguno de vosotros se puede hacer una idea; tan seguro que estoy dispuesto a jugarme lo que sea con quien sea, incluso si alguien me propone una apuesta de este calibre. ¡Sorpresa, sorpresa! La rueda, quien sabe si imantada por algún tipo de brujería, volvió a pegarse al hierro [modo irónico on] como Walter Herrmann a su defendido [/modo irónico off]. Parece que a la bici le apetecía dar en esta ocasión un paseo de diferente itinerario, por lo que me tocó empujarla hasta casa desde el hotel en lugar de desde su tienda de origen. Yo echaba espumarajos por la boca.

Como os podréis imaginar, lo último que me apetecía a la mañana siguiente era darme otro paseo hasta Boscombe con la bicicleta a cuestas, pero no me quedó otro remedio que hacerlo. Cuando llegué otra vez a la tienda, la cara del dependiente -que ya casi alcanzaba la categoría de hermano que nunca tuve- podría haber sido compuesta por Lorca ([modo Jaimito Borromeo on]la ballena asesina[/modo Jaimito Borromeo off]) o Alberti. Una vez más, me ofreció un cambio de bici, y una vez más, acepté su propuesta.

De momento, la bici anda conmigo encima (que no es poco) y, aunque sus frenos no son un prodigio de eficacia, funciona razonablemente bien para ser una bici de enésima mano. De momento, sin embargo, no me siento con confianza para meterme en el tráfico, salvo cuando vuelvo tarde de trabajar y apenas hay coches. El problema es que no montaba en bici desde hacía unos 12 años ya que, cuando se me rompió la que tenía, no me compré otra (las bicis son muy caras y tampoco la utilizaba demasiado). Para que os hagáis una idea, mi última bicicleta ni siquiera tenía marchas, por lo que todavía no me aclaro demasiado con los cambios (se agradecen tutoriales) y suelo ir siempre con una marcha intermedia. Por tanto, cuando montaba en bici con una cierta regularidad era demasiado pequeño como para circular por la carretera. Todo esto unido a esta forma tan rara que tienen los ingleses de conducir hace que, de momento, me abstenga de adentrarme en la jungla de asfalto.

Y esta es la razón de que os tuviera tan abandonados hace unos días, como muy atentamente denunció Mr Qeu: todo esto ocurrió en una época especialmente atareada en el trabajo por lo que el poco tiempo libre de que disponía lo empleaba en darle paseos a las bicis y en maldecir el momento en el que se me ocurrió la idea de hacer semejante adquisición.

Las bicicletas son para el verano. Y tanto. No quiero ni imaginar lo que habría sido vivir estas peripecias bajo la lluvia.

5 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Macho, lo que no te pase a ti no le pasa a nadie.
¿Tan caras son las bicis nuevas alli? ¿O tan poco sueldo ganas?
No se, aqui una apaña no se sale mucho de presupuesto, ademas piensa que no tienes que echarle gasolina...
Espero que todo vaya bien.
Echamos de menos tus chistes por aqui, bueno y a ti tambien.
Un saludo!

11:45 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Curiosa peripecia la tuya.

Eso te pasa por montar en bicicleta. A mí no me ocurriría jamás, entre otras cosas, porque no sé montar en bici. Me compraron una de pequeño (sí, yo también fui joven) pero no le encontré demasiada utilidad y no me preocupé por aprender.

Tenías que haber amenazado físicamente al dependiente, y que te hubiese recomendado la bicicleta menos mala o te hubiese devuelto el dinero. En ocasiones, una mirada intimidatoria, aunque sea de un tirillas como yo, surte efecto.

Best wishes.

2:15 a. m.  
Blogger pacovazqeuz said...

¿Cómo van los ashes? Te valió de algo la somera explicación de cricket?


£38 vienen a ser unos 55-60€, no esta mal pa una de n-esima mano (con n-->OO), está peor todavía. El menos tienes la esperanza de que te la recompren por ¿£10? ¿£15? para luego revenderla por otras £35.


PS: Si no controlas las marchas, una lección rápida: Plato, lo de alante, piñón lo de atrás. El plato cuanto más grande, más velocidad y más difícil de pedalear. El piñón, cuanto más pequeño, lo mismo qeu plato grande.

¿Mountain-bike o cabra de carretera?

2:51 a. m.  
Blogger Luis said...

Varios apuntes para Mr. Qeu:

- Las Ashes terminaron hace ya bastantes días con triunfo tras 18 años para los ingleses, lo que supuso grandes albricias y zapatetas para propios y... bueno, para propios. Aunque no deja de ser triste comerte los mocos en un deporte inventado por ti y en el que los únicos equipos que juegan son los que eran tus colonias.

- Es cierto que el precio de la bicicleta no es ninguna ganga, pero tienes que tener en cuenta la diferencia de precios en todo entre aquí y allí. Digamos que en Inglaterra los precios son ligeramente superiores a los españoles, con la sutil diferencia de que la libra equivale a 1.5 euros aproximadamente. Creo que lo único barato que hay por estos lares son los vuelos.

- Al principio iba siempre con el plato de enmedio y no cambiaba más de tres piñones, pero ya me estoy 'pericodelgadizando' y le voy pillando el tranquillo a esto de las marchas que, por otra parte, tampoco tiene demasiada ciencia.

- De montaña.

11:43 p. m.  
Blogger pacovazqeuz said...

Leches, es verdad. Recuerdo el artículo de John Carlin en El País hablando de Andrew Flintoff, el cual era "más importante que Beckham, igual qeu Johnny Wilkinson lo fue tras su drop goal con la derecha en 2003". Sólo qeu hablaba de la fiesta qeu se tomó el muchacho qeu duró más de 24 horas, no comentaba nada del juego.

3:03 a. m.  

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