lunes, marzo 12, 2007

Crispación.

Ésta es una de las palabras más repetidas cuando se habla política, al menos en los últimos años. En cierto modo es un concepto consustancial a la política en sí misma, al ser ésta entendida como una especie de concurso de popularidad en la línea de lo que todos hemos visto mil veces en películas o series americanas de instituto. En teoría se suele decir que el objetivo de un político es buscar el bien común; muy al contrario, lo que de verdad buscan no es otra cosa que arañar votos de donde sea, cuando no se mueven por intereses más oscuros e inconfesables. No obstante, la crispación tiene altibajos. Y ahora estamos en uno de los altos-altísimos, en un ambiente político irrespirable, que ha alcanzado como punto culminante la manifestación celebrada con motivo de la decisión del Gobierno de conceder la prisión atenuada al etarra José Ignacio De Juana Chaos. Al menos en la esfera político-mediática, puesto que por el momento mi percepción es que esa polarización extrema haya llegado a la calle (a excepción de elementos particularmente forofos que viven la política como si de un Real Madrid-Barça se tratara; incluso en estos casos, por lo general, la sangre se suele quedar en los foros de debate, tanto los frecuentados por los partidarios de los unos, como de los otros y de adscripción mixta).

Desde mi punto de vista, aquellos barros traen estos lodos. O dicho de otra manera, todo esto viene de lejos, por lo que me parece conveniente contextualizar este asunto para poder expresar mi opinión personal de todo este asunto, como llevaba pensando hacer desde hacía algunos días, sin encontrar tiempo para ello (pese a haber estado debatiéndolo en parte con Elvis). Recapitulemos:

De Juana Chaos mata a 25 personas, por lo que es condenado a más de 3000 años de cárcel. Por suerte o por desgracia, el Ordenamiento Jurídico español se basa en el principio de reinserción, por lo que no contempla la pena de muerte ni la cadena perpetua; de hecho, se entiende que todo aquello que vaya más allá de los 30 años es una cadena perpetua en la práctica, de ahí que sea ésa la pena máxima que se ha establecido como posible en nuestro país. Esto nos podrá gustar o no, y el debate al respecto es perfectamente legítimo. Ahora bien, las leyes están para cumplirlas.

Cuando este sujeto cometió sus crímenes, el Código Penal vigente establecía que las reducciones de condena y los beneficios penitenciarios se habrían de aplicar sobre ese límite de 30 años al que, como máximo, se puede condenar a una persona. De ahí que, pese a haber sido condenado a varios millares de años, De Juana fuese a cumplir su condena tras menos de 20 años en prisión. Evidentemente resulta obsceno que a este individuo le haya salido cada muerto a menos de un año, pero no había nada que se pudiera hacer al respecto. Porque, pese a que el Código Penal fuese reformado posteriormente, de modo que las reducciones se aplicaran sobre la condena total y no sobre los 30 años (que fueron ampliados a 40 para casos de terrorismo), existe un principio fundamental en el derecho de cualquier estado democrático: el de la irretroactividad de las leyes, que establece que en ningún caso las condenas se podrán variar de acuerdo con reformas legislativas promulgadas con posterioridad a la comisión del delito.

Esto, que es bien sabido por los políticos y sus voceros mediáticos, fue convenientemente pasado por alto por algunos sectores del Partido Popular (no en vano son los mismos bajo cuyo mandato fueron excarcelados por las mismas razones unos cuantos angelitos, de los que uno, Iñaki Bilbao, incluso volvió a matar) y de su entorno mediático: se decía sin rubor alguno que la culpa de que De Juana fuera a salir a la calle en breve era del Gobierno y del pérfido Zapatero, el amigo de los terroristas. Incluso un dirigente popular de un pueblo de Madrid, en una de las primeras manifestaciones (millonarias en asistencia, como todas) así lo llegó a transmitir a sus afiliados en las cartas enviadas invitándoles a participar en las manifestaciones.

Estando el ambiente como estaba, con diarias acusaciones de connivencia con el terrorismo (tanto en la vertiente relativa al diálogo con ETA como en las teorías conspirativas sobre el 11-M), el Gobierno, temblando ante la posibilidad de perder votos, se cagó. Y salió el Ministro de Justicia, por entonces Miguel Ángel Aguilar, diciendo que ya se encargarían ellos de que De Juana permaneciese en prisión. Y fue así como buscaron algo con lo que callar las bocas por un tiempo. Encontraron un par de artículos por los que pretendían empurar a De Juana por 96 años, lo que no deja de ser una auténtica burrada. Independientemente de lo escandalosamente injusta que fuera su condena anterior, pretender que por dos artículos (uno y otro) se pueda condenar a alguien por casi 100 años no es realista. Y, claro, se la tuvieron que envainar: los 96 años fueron decreciendo, hasta que se quedaron en 3 y pico (creo). No por concesiones a los terroristas, sino por pura inviabilidad jurídica.

Un Estado de Derecho no se puede permitir condenar a alguien por ser quien es, a causa de que las leyes que él mismo creó le parezcan de repente insuficientes. Y mucho menos que su Ministro de Justicia así lo anuncie abiertamente. Lo peor que se puede hacer en la lucha contra el terrorismo es dar excusas para presentarse como víctimas. Si además consigues que lleven razón en sus quejas, estás perdido. Han logrado crear un símbolo, un mártir para la causa. La cortedad de miras de esta gente es acojonante, pero, aun así, parece que se han dado cuenta ahora de los peligros que habían causado ellos mismos y de las consecuencias que sus actos podían acarrear si al hijo de puta este le daba por morirse. Pero ya no era el momento de retroceder. Una vez tomada la decisión de mantener a De Juana, no cabía marcha atrás. Puesto que, además de convertir a De Juana en un mártir de la libertad, has conseguido que pase a ser también un héroe que le ha ganado un pulso al Estado fascista y opresor. Y, peor aún, te arriesgas a que siguiera en sus trece incluso en su casa; ¿qué habríamos hecho entonces? ¿Dejamos que se muera o seguimos retrocediendo? Aunque parece claro que todo estaba bien atado y que las conversaciones bajo cuerda con Batasuna siguen ahí.

Y, aunque es evidentemente inteligente no tomar la decisión de mandar a De Juana a su casa, creo -como ya dije en su momento- que no es una postura inteligente, que es el momento de la firmeza y de hacerles saber que, para que el diálogo continúe, deben poner mucho de su parte. Por otra parte, y ésta es otra nefasta consecuencia de todo este asunto, la imagen de ETA podría haberse debilitado muchísimo entre su público (o al menos entre el sector de su público que tenía esperanzas en que la negociación llegase a buen puerto), pero todo el recrudecimiento del asunto De Juana ha permitido desviar la atención. Una pena.

Y entonces llegaron las manifestaciones; y el PP, en lo que me parece uno de los detalles de peor gusto en los que puede caer alguien que realmente no pretenda hacer política electoral (perdón por el pleonasmo) del terrorismo, se puso el lazo azul, para desazón de quienes lo idearon; y comenzó el baile de cifras (para el que, como siempre, es interesante consultar el Manifestómetro); y Pepín Blanco afirmó que los dos millones y pico de manifestantes que, según la Comunidad de Madrid, acudieron a la cita (casi la población total de Barcelona, no lo olvidemos) son muchos menos que los que han muerto en Irak; y, en definitiva, la vergüenza que habitualmente nos produce nuestra clase política se elevó a la enésima potencia.

2 Comments:

Blogger Miada said...

Cierto, ni siquiera en los momentos del "vayase señor González" recuerdo tanta crispación como ahora. Han conseguido entre unos y otros que repugne la política y por desgracia seguirán.
Por cierto, yo sí estoy de acuerdo en la escarcelación de De Juana, no importan las bajadas de pantalones, importa la PAZ. No es cuestión de ganar la batalla con el orgullo intacto, es cuestión de ganar.

Un beso.

10:47 a. m.  
Blogger Luis said...

El problema es determinar el límite de lo que podríamos entender como "ganar". Si por ganar entendemos simplemente conseguir que ETA desaparezca, sin importar las bajadas de pantalones, bien podríamos condederles la autodeterminación que tan insistentemente reclaman. Habríamos alcanzado la paz, sí, pero sería realmente cuestionable que tal situación se pudiese entender como victoria frente a los terroristas.

Es evidente que cualquier tipo de negociación o de diálogo supone hacer de tripas corazón. Pero la desaparición de ETA debe mantenerse dentro de unos límites de dignidad. Y esto va más allá de una simple cuestión de orgullo. Me parece importante dejar claro que la violencia no es el camino para obtener fines políticos; y, centrándonos exclusivamente en el punto de vista pragmático, muestras de debilidad como esta alejan, desde mi punto de vista, el fin de ETA más que acercarlo.

Tratar con una banda terrorista exige un balance muy complicado entre firmeza y flexibilidad. Ciertamente, como he dicho en varias ocasiones aquí mismo, es necesario no dar motivos para crear victimismos; pero no lo es menos contenerse a la hora de las cesiones. No me parece en absoluto conveniente dar la sensación de que, a poco que se pongan duros y se tiren un órdago, vamos a acabar por recular. Esto lo único que conseguiría es que algo que les podría parecer aceptable si supieran que de ninguna manera iban a conseguir nada más se convierta en insuficiente al percibir que se puede seguir desplazando la línea de aquello con lo que el Estado estaría dispuesto a transigir.

Para terminar, repito lo que ya expuse en el texto original: ¿qué hacemos si la huelga de hambre se convierte en una consigna generalizada entre los presos de ETA (que son los que en este caso nos interesan) para, por ejemplo, conseguir el acercamiento al País Vasco? Determinados precedentes es mejor no sentarlos.

12:43 p. m.  

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