El fin de dos tiranos.
La Historia del siglo XX estuvo decisivamente marcada por la dialéctica entre la consolidación de las democracias liberales que habían comenzado a florecer en el siglo XIX y la aparición de los totalitarismos, siendo éstos de la más diversa índole ideológica. Las dictaduras jodieron al personal globalmente, sin discriminación geográfica alguna. No obstante, el apogeo de las dictaduras más reputadas (por su vital influencia en el devenir de los acontecimientos históricos más relevantes de la centuria), las europeas, tuvo lugar con anterioridad al experimentado en el continente americano. Este auge tardío de la actividad dictatorial en Hispanoamérica tuvo como consecuencia, como es natural, la supervivencia de sus protagonistas hasta unos tiempos en los que se antojan impensables regímenes de este tipo, al menos en el mundo occidental.
No se sabe muy bien por qué, los dictadores parecen contar con una especie de gen de la longevidad que lleva a muchos de ellos a protagonizar trayectorias vitales dignas del mismísimo conejito de Duracell. Es el caso de los dos protagonistas de hoy: Fidel Castro y Augusto Pinochet (he encontrado en San Youtube dos vídeos en el que se analizan similitudes y diferencias de ambos tiranos).
Tanto uno como otro, sin embargo, parecieron ver flaquear su salud recientemente, aunque a ritmos distintos: mientras que lo de Fidel está yendo a un ritmo bastante más pausado, el chileno apenas ha durado unos cuantos días desde su infarto. En algún momento llegó a parecer que sus muertes estarían casi sincronizadas, debido al nuevo empeoramiento que sufrió el estado de salud de Castro en un momento muy cercano al fallo cardíaco de Pinochet.
Son, sin embargo, diferentes las repercusiones que pueden llegar a desencadenar en todos los ámbitos ambos óbitos:
Afortunadamente, Augusto Pinochet ya no tenía absolutamente ningún poder sobre la población de Chile o sobre su ejército (del que dejó de ser Comandante en Jefe en 1998). En cambio, una noticia de estas características es de las que pueden ser motivo de serios disturbios. Si bien la inmensa mayoría de los chilenos que habitan en nuestro país mostraba ayer su alegría, la situación en aquel país se halla mucho más dividida, contando el difunto dictador todavía con numerosos seguidores (como muestra, lo ocurrido en Caiga Quien Caiga, en sus ediciones chilena y española) que le siguen considerando como una suerte de salvador de la patria. Algo similar a lo que ocurre en España con Franco, pero, a causa de una mayor distancia y perspectiva en nuestro caso, de manera mucho más extendida.
Por el contrario, la influencia de una posible muerte de Fidel Castro puede ser bastante mayor, dada la permanencia del comunismo en el poder. Puede que la desaparición del dictador finiquitara la Dictadura, aunque, por desgracia, esto no parece probable. Todo apunta a que, a diferencia de lo acontecido cuando nuestro particular tirano eterno feneció, la isla podría sufrir un castrismo después de Castro. O, mejor dicho, con otro Castro. Parece bastante probable que la democracia sólo será de posible implantación en Cuba cuando Raúl Castro también desaparezca del mapa (a menos que éste esté un poco más por la labor de renunciar al poder por las buenas). En cualquier caso, son muchas las especulaciones.
Independientemente de que la dictadura de Fidel no haya sido tan cruenta como otras, de los supuestos buenos propósitos de lucha contra la injusticia social que impulsaron la Revolución Cubana, o de algunos méritos del Régimen en ámbitos como el de la educación, argumentos todos esgrimidos de forma habitual por sus apologistas, lo que sucede en Cuba no deja de ser una auténtica vergüenza. Un Régimen basado en la ausencia de libertad, en la censura, en la represión sistemática de la disidencia, en la imposibilidad de pensar y expresar lo que a uno le plazca no deja de ser una auténtica vergüenza en pleno siglo XXI. El rechazo que me produce la dictadura cubana se acrecienta por dos motivos: en primer lugar, algo sobre lo que ya reflexionó Hugo hace bastante tiempo en su blog, y es que, como persona de izquierdas, las tropelías de los que dicen actuar en nombre de éstas me llegan si cabe en mayor medida; en segundo lugar, me molesta especialmente la condescendencia con la que se suele obsequiar a la dictadura cubana. Mis sentimientos al respecto los plasmó muy bien Rosa Montero en un artículo publicado en el país hace ya algún tiempo:
CUBA
Los principios, esto es, los propios valores, hay que demostrarlos con los oponentes, hay que defenderlos con los enemigos. Porque defenderlos con los amigos no es más que trabajar por nuestros intereses. El jueves pasado participé en Madrid en Madrid un acto contra la represión en Cuba. En la mesa había dos representantes de partidos españoles, CiU y PP. Para ambos políticos era fácil condenar el totalitarismo asesino de Castro: esa actitud forma parte de su tradición y sus inclinaciones, y está por ver si hubieran manifestado la misma diligencia a la hora de protestar por algún energúmeno adscrito a la esfera conservadora. Pero lo preocupante y lo cierto es que, en ese acto en concreto, no había nadie del PSOE ni de IU, pese a que se les invitó reiteradas veces. Los prejuicios embrutecen y envilecen, y nos hacen buscar mil excusas viciosas (por ejemplo, que los convocantes no son de tu cuerda) para justificar lo injustificable. A mí estos melindres me parecen fuera de lugar cuando lo que está en juego son la vida y las libertades más elementales. O sea, creo que en el País Vasco todos los demócratas deberían unirse contra el horror de ETA, y también que la gente decente debería condenar de manera unánime el delirio tiránico de Castro.
En cuanto a la declaración de los "intelectuales cubanos" culpando a EEUU, me partiría de risa si no fuera tan trágico. Esos supuestos intelectuales son los dirigentes políticos de la UNEAC, la Unión de Escritores y Artistas, una organización obligatoria, como todo en el castrismo. Afiliados por narices a la Unión, los autores intentan aguantar el chaparrón de la dictadura; pero si se "portan mal" (y cualquier pensamiento propio es sospechoso), la UNEAC les expulsa, y ése es el comienzo del camino hacia la cárcel. He conversado con un par de expulsados: se quedan totalmente desamparados, no pueden publicar, no pueden hablar. No digo sus nombres porque el solo hecho de haber hablado conmigo podría costarles 20 años de prisión (las últimas condenas son por cosas así). ¿Qué viejo mito de falso paraíso progresista sigue nublando las entendederas de tantos izquierdistas? Cuba es un infierno sin paliativos y estamos obligados a denunciarlo.
No obstante, pese a que el nombre de Pinochet no goza en la actualidad de un grado de comprensión parecido al que se le otorga a Fidel, es reseñable que aquí en España existen sectores entre los que se tiende a dar justificación a la actitud golpista del asesino en términos similares a los que se suele emplear al hablar de Franco. Así, Libertad Digital ha publicado algún artículo en este sentido, como el firmado por ese fan de Coyote Dax y/o Walter Texas Ranger llamado César Vidal (aunque también es reseñable la réplica de Federico a un defensor del dictador chileno).
La muerte de semejante personaje deja una sensación agridulce. No soy de los que se suelen alegrar de las muertes ajenas salvo, quizás, que éstas sirvan para algo. Sí creo que, si la libertad para el pueblo cubano depende de la desaparición de escena de los Castro, lo mejor que puede pasar es que ésta suceda con prontitud. Por el contrario, ningún beneficio puede acarrear la defunción de Augusto Pinochet.
Esto me recuerda a mi período británico, en el que conocí a un kosovar; cuando le pregunté por sus sentimientos ante la muerte de Slobodan Milosevic, manifestó que su alegría era completa, aun cuando tal fallecimiento impedía que el ex-presidente yugoslavo respondiese finalmente frente a la justicia. Imagino que las cosas se ven de manera muy diferente cuando a uno le tocan de cerca, haciendo que un kosovar o un chileno se congratulen de la muerte de quien ha martirizado a sus respectivos pueblos durante años, renunciando, si es preciso, a que los asesinos sean catalogados oficialmente como tales por la justicia internacional. Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, recomendaré la lectura del artículo publicado por Bouba relativo al conflicto balcánico.
Cabe lamentar, por supuesto, la oportunidad perdida hace unos años cuando el juez Garzón solicitó la extradición de Pinochet al Reino Unido, escabulléndose el orgulloso dictador por medio de argucias tan patéticas como la pantomima que tuvo que interpretar para regresar a su país. Aunque, quién sabe, puede que ese fervor católico le valiera para ser protagonista de un milagro similar al de Lázaro (desde luego, la bendición eclesiástica nunca le faltó), siendo capaz sin explicación aparente de levantarse de esa silla de ruedas en la que estaba irremisiblemente postrado antes de tocar de nuevo su amado suelo chileno. No sé si resultaba más vomitivo tamaña exhibición de desvergüenza o verle tomando el té con su íntima amiga, la en algunos círculos venerada Margaret Thatcher.
Cierto es que compareció ante los tribunales chilenos, pero dudo mucho que la condena por encubrimiento con la que, según tengo entendido, se saldó su proceso hiciera justicia a sus “merecimientos”.
Para concluir, tan sólo queda esperar que la muerte de este individuo suponga un paso decisivo para que cicatricen las heridas y para dejar atrás definitivamente páginas tan tristes de la Historia como las que se escribieron en Hispanoamérica durante unos largos y oscuros años.
La Historia del siglo XX estuvo decisivamente marcada por la dialéctica entre la consolidación de las democracias liberales que habían comenzado a florecer en el siglo XIX y la aparición de los totalitarismos, siendo éstos de la más diversa índole ideológica. Las dictaduras jodieron al personal globalmente, sin discriminación geográfica alguna. No obstante, el apogeo de las dictaduras más reputadas (por su vital influencia en el devenir de los acontecimientos históricos más relevantes de la centuria), las europeas, tuvo lugar con anterioridad al experimentado en el continente americano. Este auge tardío de la actividad dictatorial en Hispanoamérica tuvo como consecuencia, como es natural, la supervivencia de sus protagonistas hasta unos tiempos en los que se antojan impensables regímenes de este tipo, al menos en el mundo occidental.
No se sabe muy bien por qué, los dictadores parecen contar con una especie de gen de la longevidad que lleva a muchos de ellos a protagonizar trayectorias vitales dignas del mismísimo conejito de Duracell. Es el caso de los dos protagonistas de hoy: Fidel Castro y Augusto Pinochet (he encontrado en San Youtube dos vídeos en el que se analizan similitudes y diferencias de ambos tiranos).
Tanto uno como otro, sin embargo, parecieron ver flaquear su salud recientemente, aunque a ritmos distintos: mientras que lo de Fidel está yendo a un ritmo bastante más pausado, el chileno apenas ha durado unos cuantos días desde su infarto. En algún momento llegó a parecer que sus muertes estarían casi sincronizadas, debido al nuevo empeoramiento que sufrió el estado de salud de Castro en un momento muy cercano al fallo cardíaco de Pinochet.
Son, sin embargo, diferentes las repercusiones que pueden llegar a desencadenar en todos los ámbitos ambos óbitos:
Afortunadamente, Augusto Pinochet ya no tenía absolutamente ningún poder sobre la población de Chile o sobre su ejército (del que dejó de ser Comandante en Jefe en 1998). En cambio, una noticia de estas características es de las que pueden ser motivo de serios disturbios. Si bien la inmensa mayoría de los chilenos que habitan en nuestro país mostraba ayer su alegría, la situación en aquel país se halla mucho más dividida, contando el difunto dictador todavía con numerosos seguidores (como muestra, lo ocurrido en Caiga Quien Caiga, en sus ediciones chilena y española) que le siguen considerando como una suerte de salvador de la patria. Algo similar a lo que ocurre en España con Franco, pero, a causa de una mayor distancia y perspectiva en nuestro caso, de manera mucho más extendida.
Por el contrario, la influencia de una posible muerte de Fidel Castro puede ser bastante mayor, dada la permanencia del comunismo en el poder. Puede que la desaparición del dictador finiquitara la Dictadura, aunque, por desgracia, esto no parece probable. Todo apunta a que, a diferencia de lo acontecido cuando nuestro particular tirano eterno feneció, la isla podría sufrir un castrismo después de Castro. O, mejor dicho, con otro Castro. Parece bastante probable que la democracia sólo será de posible implantación en Cuba cuando Raúl Castro también desaparezca del mapa (a menos que éste esté un poco más por la labor de renunciar al poder por las buenas). En cualquier caso, son muchas las especulaciones.
Independientemente de que la dictadura de Fidel no haya sido tan cruenta como otras, de los supuestos buenos propósitos de lucha contra la injusticia social que impulsaron la Revolución Cubana, o de algunos méritos del Régimen en ámbitos como el de la educación, argumentos todos esgrimidos de forma habitual por sus apologistas, lo que sucede en Cuba no deja de ser una auténtica vergüenza. Un Régimen basado en la ausencia de libertad, en la censura, en la represión sistemática de la disidencia, en la imposibilidad de pensar y expresar lo que a uno le plazca no deja de ser una auténtica vergüenza en pleno siglo XXI. El rechazo que me produce la dictadura cubana se acrecienta por dos motivos: en primer lugar, algo sobre lo que ya reflexionó Hugo hace bastante tiempo en su blog, y es que, como persona de izquierdas, las tropelías de los que dicen actuar en nombre de éstas me llegan si cabe en mayor medida; en segundo lugar, me molesta especialmente la condescendencia con la que se suele obsequiar a la dictadura cubana. Mis sentimientos al respecto los plasmó muy bien Rosa Montero en un artículo publicado en el país hace ya algún tiempo:
CUBA
Los principios, esto es, los propios valores, hay que demostrarlos con los oponentes, hay que defenderlos con los enemigos. Porque defenderlos con los amigos no es más que trabajar por nuestros intereses. El jueves pasado participé en Madrid en Madrid un acto contra la represión en Cuba. En la mesa había dos representantes de partidos españoles, CiU y PP. Para ambos políticos era fácil condenar el totalitarismo asesino de Castro: esa actitud forma parte de su tradición y sus inclinaciones, y está por ver si hubieran manifestado la misma diligencia a la hora de protestar por algún energúmeno adscrito a la esfera conservadora. Pero lo preocupante y lo cierto es que, en ese acto en concreto, no había nadie del PSOE ni de IU, pese a que se les invitó reiteradas veces. Los prejuicios embrutecen y envilecen, y nos hacen buscar mil excusas viciosas (por ejemplo, que los convocantes no son de tu cuerda) para justificar lo injustificable. A mí estos melindres me parecen fuera de lugar cuando lo que está en juego son la vida y las libertades más elementales. O sea, creo que en el País Vasco todos los demócratas deberían unirse contra el horror de ETA, y también que la gente decente debería condenar de manera unánime el delirio tiránico de Castro.
En cuanto a la declaración de los "intelectuales cubanos" culpando a EEUU, me partiría de risa si no fuera tan trágico. Esos supuestos intelectuales son los dirigentes políticos de la UNEAC, la Unión de Escritores y Artistas, una organización obligatoria, como todo en el castrismo. Afiliados por narices a la Unión, los autores intentan aguantar el chaparrón de la dictadura; pero si se "portan mal" (y cualquier pensamiento propio es sospechoso), la UNEAC les expulsa, y ése es el comienzo del camino hacia la cárcel. He conversado con un par de expulsados: se quedan totalmente desamparados, no pueden publicar, no pueden hablar. No digo sus nombres porque el solo hecho de haber hablado conmigo podría costarles 20 años de prisión (las últimas condenas son por cosas así). ¿Qué viejo mito de falso paraíso progresista sigue nublando las entendederas de tantos izquierdistas? Cuba es un infierno sin paliativos y estamos obligados a denunciarlo.
No obstante, pese a que el nombre de Pinochet no goza en la actualidad de un grado de comprensión parecido al que se le otorga a Fidel, es reseñable que aquí en España existen sectores entre los que se tiende a dar justificación a la actitud golpista del asesino en términos similares a los que se suele emplear al hablar de Franco. Así, Libertad Digital ha publicado algún artículo en este sentido, como el firmado por ese fan de Coyote Dax y/o Walter Texas Ranger llamado César Vidal (aunque también es reseñable la réplica de Federico a un defensor del dictador chileno).
La muerte de semejante personaje deja una sensación agridulce. No soy de los que se suelen alegrar de las muertes ajenas salvo, quizás, que éstas sirvan para algo. Sí creo que, si la libertad para el pueblo cubano depende de la desaparición de escena de los Castro, lo mejor que puede pasar es que ésta suceda con prontitud. Por el contrario, ningún beneficio puede acarrear la defunción de Augusto Pinochet.
Esto me recuerda a mi período británico, en el que conocí a un kosovar; cuando le pregunté por sus sentimientos ante la muerte de Slobodan Milosevic, manifestó que su alegría era completa, aun cuando tal fallecimiento impedía que el ex-presidente yugoslavo respondiese finalmente frente a la justicia. Imagino que las cosas se ven de manera muy diferente cuando a uno le tocan de cerca, haciendo que un kosovar o un chileno se congratulen de la muerte de quien ha martirizado a sus respectivos pueblos durante años, renunciando, si es preciso, a que los asesinos sean catalogados oficialmente como tales por la justicia internacional. Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, recomendaré la lectura del artículo publicado por Bouba relativo al conflicto balcánico.
Cabe lamentar, por supuesto, la oportunidad perdida hace unos años cuando el juez Garzón solicitó la extradición de Pinochet al Reino Unido, escabulléndose el orgulloso dictador por medio de argucias tan patéticas como la pantomima que tuvo que interpretar para regresar a su país. Aunque, quién sabe, puede que ese fervor católico le valiera para ser protagonista de un milagro similar al de Lázaro (desde luego, la bendición eclesiástica nunca le faltó), siendo capaz sin explicación aparente de levantarse de esa silla de ruedas en la que estaba irremisiblemente postrado antes de tocar de nuevo su amado suelo chileno. No sé si resultaba más vomitivo tamaña exhibición de desvergüenza o verle tomando el té con su íntima amiga, la en algunos círculos venerada Margaret Thatcher.
Cierto es que compareció ante los tribunales chilenos, pero dudo mucho que la condena por encubrimiento con la que, según tengo entendido, se saldó su proceso hiciera justicia a sus “merecimientos”.
Para concluir, tan sólo queda esperar que la muerte de este individuo suponga un paso decisivo para que cicatricen las heridas y para dejar atrás definitivamente páginas tan tristes de la Historia como las que se escribieron en Hispanoamérica durante unos largos y oscuros años.
4 Comments:
No estoy de acuerdo. No creo que sean iguales. Lo son en el mismo sentido que Jordan y Tomás Jofresa o Nabokov y Lucía Extebarría. Ambos son dictadores, como ambos son jugadores de baloncesto, como ambos son escritores,... (Aunque en este caso,a diferencia de los ejemplos, no hay un muy bueno y otro muy malo, que no se entienda esto). Lo que quiero decir es que cada uno tiene su contexto histórico y diversas causalidades para llegar a ser lo que fueron/son -Fidel-. Y que no comparto eliminar toda causalidad de la historia y limitarse a la condena moral.
Estimado amigo Bouba, en ningún momento he pretendido decir que ambos casos sean idénticos. De hecho, si has leído mi texto con detenimiento, habrás tenido que toparte con las siguientes palabras:
Independientemente de que la dictadura de Fidel no haya sido tan cruenta como otras, de los supuestos buenos propósitos de lucha contra la injusticia social que impulsaron la Revolución Cubana, o de algunos méritos del Régimen en ámbitos como el de la educación, argumentos todos esgrimidos de forma habitual por sus apologistas, lo que sucede en Cuba no deja de ser una auténtica vergüenza.
En otras palabras, no sólo no niego las diferencias entre ambos sino que las admito admito explícitamente en varios aspectos. Lo único que pretendo poner de manifiesto es el rechazo que me produce el buen cartel de que goza el castrismo entre determinados sectores de la izquierda cuando no deja de ser un Régimen basado en la supresión de libertades, independientemente de su causa estuviese más o menos justificada que la de Pinochet en su inicio.
Hmm, goza de buen cartel entre determinados sectores de la izquierda... porque es de izquierdas. A mí se me hace mucho más difícil de entender el apoyo o tolerancia de ciertos sectores del Islam, cuando el fanatismo religioso tiene unos principios completamente antagónicos. Si hay que kemar las iglesias, también las mezquitas. Que vale, que la reacción más hostil contra el maravilloso mundo del Dios Mercado se produce por esta clase de gente que no tiene ná que ver con la tradicional oposición de aquí, pues sí. Pero es que la teocracia y sandeces similares son peores que el mundo del Dios Mercado.
slds
Sí, vale, muy agudo. Pero lo que yo quiero decir es que, dejando a un lado a los que ideológicamente coinciden con él -es decir, a los abiertamente partidarios de sistemas de gobierno totalitarios-, muchos de los que luego se dedican a ir por ahí repartiendo carnetes de demócrata o de amantes de las libertades muestran una simpatía hacia la dictadura cubana que a mí me molesta.
Lo mismo que, por poner un ejemplo, a muchos derechistas moderados y razonables les puede parecer impresentable la ola revisionista que tan en boga se halla en nuestro país con respecto al Franquismo.
Concluyo compartiendo congratulaciones respecto a la secularización reinante en nuestro entorno. Si la alternativa es lo que existe en el mundo musulmán, ¡viva el mal (ergo viva el Unicaja), viva el kapital!
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