domingo, abril 15, 2007

Y el Destino fue derrotado.

Sí, ya lo sé, esto llega con varios días de retraso. Mil disculpas a mi cada vez más escasa parroquia.

En fin, dicen que más vale tarde que nunca, y que nunca es tarde si la dicha es buena. Y en este caso es evidente que lo es, y mucho. Quienes hayan venido leyéndome a lo largo de todos estos meses sabrán de mi escepticismo respecto a las posibilidades del Unicaja para hacer algo importante esta temporada, así como, en la línea del pacotrofismo más tradicional, de mi total pesimismo a la hora de confiar en una posible eliminación de las hordas culés en una confrontación definitiva. Más de una década de frustraciones me había llevado al convencimiento de que detrás de todo había una mano negra que no sólo se encargaba de impedirnos la victoria sino que trataba de hacerlo de maneras particularmente dolorosas: la del mismísimo Destino (para Zeljko, prueba de un bondadoso orden superior que, para su desazón, se ha esfumado), contra el que poco podíamos hacer (en especial en esta temporada, irregular como pocas).
Cierto es que en la competición continental habíamos roto nuestro máximo registro histórico, llegando por primera vez a los cuartos de final. Ni siquiera habíamos sido capaces de tal hazaña la temporada pasada, cuando habíamos conseguido terminar la primera fase como mejor equipo de la competición y además, según dicen, pues mi ausencia del país me impidió comprobarlo con mis propios ojos, desplegamos el mejor baloncesto que se recuerda nunca por estos lares. Pese a todo ello, una nueva decepción contra el Barcelona nos impidió seguir adelante. Por el contrario, una muy flojita primera liguilla no ha sido óbice para quedar encuadrados en un grupo asequible del que salir airosos, enfrentándonos al reto de plantar cara otra vez a nuestros fantasmas particulares (que en esta ocasión no visten de blanco sino de azulgrana). Los vaivenes continuos de este Unicaja, la irregularidad, la evidencia de que este año la plantilla no rebosaba talento y calidad poco hacían presagiar que el Destino podría ser derrotado.

El panorama, pues, era desolador: nos enfrentábamos ante la posibilidad de caer eliminados por el Barça dos veces en la misma temporada.

El primer partido fue sencillamente extraordinario. Salió todo en lo que acabó por ser, con toda probabilidad, el mejor partido del año, lo que nos permitió vencer con bastante comodidad; no obstante, en el segundo fuimos nosotros los vapuleados (con un Juan Carlos Navarro en estado de gracia, lo que provocó sesudos debates relativos a las posibles maneras de pararlo), volviendo a las andadas por enésima vez. Tal escenario es el que enmarcaba la celebración de uno de los partidos más importantes de nuestra Historia. Empate a uno en el casillero y con la baja de Daniel Santiago, con problemas oculares. Ante todo esto, no faltaban los culés que se aprestaron a vender la piel del oso antes de cazarlo.

El tercer enfrentamiento fue muy parecido a lo que tantas veces habíamos tenido que presenciar a lo largo de todo este tiempo: las cosas parecen ir bien, cogemos una ventaja considerable que se llegó a estabilizar en torno a los 10 puntos, se nos apagan las luces, el Barça remonta y se llega a poner por delante. En esos momentos, con 5 puntos de desventaja en el marcador, con el historial que este tipo de finales presentábamos contra los culés, con la escasa capacidad ganadora y la gran facilidad para bajar los brazos de este equipo a lo largo de esta temporada, los únicos sentimientos que cabía albergar eran los derrotistas. Pero algo pasó: Dusko Ivanovic, que había ido todo el partido a remolque de lo que planteara Scariolo, decidió sacar del partido a Fran The Man, quien contra todo pronóstico estaba realizando un partido inusitadamente bueno para lo que suele hacer en el Carpena, dificultando las penetraciones de nuestros exteriores y martilleando nuestro aro con unos muy efectivos lanzamientos de media distancia. Mano de santo, oiga.

En resumidas cuentas, llegamos a un final de infarto en el que Pepe Sánchez resolvió de manera magistral (el vídeo de la jugada lo podéis ver aquí; no sé muy bien por qué, pero no me deja alojarlo en la página), con un triple que permanecerá en un lugar privilegiado de la memoria baloncestística de los aficionados malagueños junto al que anotó Garbajosa el año pasado y al que falló Mike Ansley hace casi 12 años.

Y los nervios, la tensión, la zozobra devinieron en una deflagración de alegría como la que jamás había estallado en el Martín Carpena. Es curioso, porque hasta ahora todos nuestros éxitos se habían concretado fuera de nuestros dominios: la Copa Korak, en Vrsac; la Copa del Rey, en Zaragoza; la liga, en Vitoria. Pese a haber organizado un par de Copas del Rey y a haber disputado una final de liga con factor cancha a favor, nunca habíamos contado con la posibilidad de celebrar algo en nuestro pabellón; asimismo, jamás habíamos disputado una eliminatoria frente al Barcelona con factor cancha a favor (a excepción de los cuartos de final de la pasada Copa del Rey, que no dejaba de ser un partido a vida o muerte en el que cualquier cosa puede pasar). Por fortuna, en esta ocasión no dejamos escapar ninguna de las dos posibilidades. Aunque, eso sí, todavía queda pendiente la asignatura de lograr un título propiamente dicho en casa, por mucho que algunos consideren la participación en la Final Four como un título sin trofeo. Además, ¿qué mejor manera de alcanzar tal éxito que exorcizando nuestros demonios al mismo tiempo? Sobre todo cuando uno ve que la culerada empezó a quejarse del arbitraje (llegando a calificarlo de robo), actitud con la que solían mostrarse implacables cuando eran ellos los presuntos favorecidos. De ello ha hablado, como era de esperar, el amigo Remember.

¿Y ahora qué? Pues supongo que toca soñar. Parece claro que las posibilidades de llegar más lejos son exiguas, pues el CSKA se antoja como un hueso demasiado duro de roer para un equipo tan poco constante y consistente como éste. De hecho, esta misma mañana hemos dejado escapar una victoria (en la línea en la que, hasta el jueves pasado, solíamos hacerlo contra el Barcelona) en casa frente al colista, demostrando nuestra incapacidad para encadenar dos partidos buenos seguidos. No obstante, tengo la intención de apostar 10 ó 15 euros a que el Unicaja gana la Euroliga. Es una cantidad que no va a ninguna parte en el casi seguro caso de pérdida pero que, dado lo que ofrecen las casas de apuestas, podría suponer un pellizco más que apetitoso si sonara la flauta y pudiéramos protagonizar una reedición de la Limognada que dejó atónita a la Europa canastera hace casi 15 años. Valdis me dijo que no fuera tonto y que apostara por el Panathinaikos dado que, de esta manera, me llevaría el dinero si ganan los griegos, y la alegría si nos imponemos nosotros. Pero yo me pregunto: ¿para qué, para amasar la espectacular cantidad de 10 euros si se cumplen los pronósticos y arrepentirme de no haberme dejado llevar por el corazón si éstos son hechos añicos? No creo que merezca la pena.

Por lo demás, las perspectivas del equipo siguen siendo poco halagüeñas de cara al verano. Por primera vez en mucho tiempo, nuestra presencia en la lucha por el título corre serio peligro (incluso en mayor medida que cuando el italiano tuvo que enderezar el desaguisado que le dejó el paso de Paco Alonso por la dirección del equipo); y, aunque sinceramente creo que no llegaremos a quedarnos fuera de los 8 primeros, el rival que nos corresponderá en suerte (Tau, Real Madrid, ¿quién sabe si de nuevo el Barcelona?) tendrá un nivel lo suficientemente alto como para que a nosotros y a nuestra proverbial irregularidad nos resulte asequible derrotarlo sin tener siquiera el factor cancha a favor. De hecho, parece incluso más al alcance de nuestra mano un improbable triunfo en Atenas que la revalidación del título liguero, puesto que lo uno son dos partidos mientras que lo otro requeriría entre 9 y 15, para un total de 3 rivales de mayor enjundia de la que a día de hoy podemos hacer gala nosotros. Pese al hito histórico que supone la clasificación para el tramo definitivo de la máxima competición europea, dudo que se pueda considerar exitoso un año en el que nos quedemos en los cuartos de final, si es que llegamos; más aún si tenemos en cuenta el nivel mostrado globalmente durante toda la temporada, incluyendo gran parte de la competición que teóricamente vendría a salvarla.

En cualquier caso, pase lo que pase de aquí al final de año, no quiero dejar de concluir este escrito sin resaltar la sobresaliente trayectoria de Sergio Scariolo al mando de la nave malagueña: cogió al equipo hundido y fue capaz de clasificarlo para la Euroliga; ganó una Copa del Rey; se hizo con un entorchado ACB, adquiriendo los puntos necesarios para garantizarse un Trienio; y finalmente nos clasifica para la Final Four. Difícilmente se puede pedir más.

1 Comments:

Blogger Daniel said...

Hay que ver, tanto escribir y al final resulta que eres todo un ultra futbolero del Málaga.

Que no, que es coña. Pues decirte que me ha gustado mucho tu texto, casi tanto como lo bien que lo pasamos Diana y yo compartiendo chocolate (del que no se fuma) con tan ilustre presencia el pasado sábado o en La Rosaleda ayer.

Respecto a la apuesta, ¡adelante! Me jugué un bono de esos del Marca hace dos años con un CSKA-TAU de Final Four (el CSKA había estado invicto todo el año) y lo multipliqué a lo grande. Otra cosa es que a los cuatro días perdiese la "fortuna", jaja.

El año pasado el Unicaja estaba a 8 o 10 de cuota para ganar la Liga y, medio en coña, estuve a punto de meterle a principio de año. Y nos arrepentimos.

Así que... suerte. Tu suerte será de todos los unicajeros, jaja.

Un abrazo fuerte, nos vemos en la fuente ;)

7:27 p. m.  

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