sábado, enero 20, 2007

Vicisitudes bancarias en el extranjero.

Como muchos sabréis, hasta hace algunos meses me vi confinado a un voluntario exilio británico en la costera ciudad de Bournemouth, al sur de Inglaterra. Hace ya algún tiempo que regresé a estas felizmente soleadas latitudes (finales de agosto, para ser exactos), aunque desde el día en que volví a pisar suelo español supe que a no mucho tardar estaría volando de nuevo con rumbo a las islas. ¿Por qué? Dos razones fundamentales me empujaban a tal convicción: la primera es que, tras un año viviendo por allí arriba, incluso un ser como yo es capaz de cosechar alguna amistad que apetezca visitar en el futuro; la segunda es que, dada mi proverbial falta de planificación en materia de burrocracia, no tuve tiempo de solventar un par de flecos (solicitar la devolución de impuestos y retirar un dinero que quedaba en mi cuenta). Alguno se estará preguntando por qué no hice las cosas hasta el último día, evitando así cualquier posible contingencia de última hora. Pues bien, me aventuraré a responder: si se hacen las cosas con tiempo, ¿dónde está el reto? Y ya se sabe que sin reto no hay diversión.

Pues bien, una vez en casa me enfrenté con la duda de cómo recuperar el dinero. Mi primera idea fue la intentarlo mediante alguna de las sucursales de Barclays que hay en la ciudad, pero, contra lo que podría parecer lógico, las entidades españolas no pueden ofrecer ese tipo de servicios a los clientes de sus homónimas extranjeras.

Dado que no tenía ni idea de cuándo se iba a producir mi nueva visita, decidí ir sacando el dinero a través de los cajeros automáticos. Como quiera que no hay ninguna sucursal de Barclays cerca de mi casa, hubo alguna vez que retiré dinero desde el cajero más cercano a mi casa, pese a la consabida comisión que habría de pagar. No obstante, solía aprovechar cada vez que un cajero de Barclays me pillaba de camino para retirar el límite permitido. Lo comentado más arriba quedaba corroborado por la circunstancia de que no me era posible consultar el saldo de mi cuenta, por lo que iba básicamente a ciegas.

Decidí más tarde que definitivamente viajaría a Inglaterra a finales de noviembre o principios de diciembre, por lo que opté por dejar en la cuenta lo que quedara y, así, recogerlo en mi visita. Finalmente, tras postergar mi escapada un poco más, el viaje se produjo esta semana.

El papeleo correspondiente a la devolución de impuestos fue finiquitado sin mayores problemas. En cambio, cuando me acerqué a la oficina de Barclays en cuestión para llevarme el dinero que aún, suponía, me quedaba, me llevé la desagradable sorpresa de que, no sólo no había una sola libra, sino que, además, yo les debía unas 250 a ellos. Me quedé atónito. En primer lugar porque, a causa de la necesidad de calcular (y nunca fui especialmente bueno con los números) provocada por la imposibilidad de consultar mi saldo, no me salían las cuentas; en segundo porque, dentro de la definición intrínseca de una tarjeta de débito está la noción de que sólo se pueda utilizar mientras haya fondos.

Le pregunté a la señora que había en ventanilla cómo era posible que, no poseyendo una tarjeta de crédito, alguien pudiera haber utilizado más dinero del que tenía. Su respuesta fue elocuente: “I can’t answer that question”. Me invitó a subir a la primera planta para hablar con alguien que me pudiera sacar de dudas, pero decidí esperar hasta tener mi correspondencia atrasada, a la que tendría acceso aquella misma tarde. Echándole un vistazo a esta pude comprobar que, en efecto, mis cuentas habían sido erróneas y que, en mi afán de recuperar todo mi dinero, había sacado más veces el máximo permitido de las que recordaba.

Pero la pregunta principal seguía sin ser resuelta. Hablé con uno de mis amigos allí, que trabaja en un banco, cuyas palabras vinieron a corroborar lo que pensaba: no es normal que una tarjeta de débito pueda seguir siendo utilizada una vez se han agotado los fondos. Me habló de un concepto, el de overdraft, según el cual disponemos de una cantidad adicional; sin embargo, de acuerdo con su experiencia, ésta había de ser solicitada expresamente, y difícilmente sería concedida en una cuenta estándar a un extranjero con salario bajo como yo. Hojeando la correspondencia vi que, además de los extractos, me habían llegado un par de cartas en las que se me avisaba de lo que sucedía, diciéndome que, al haber superado en 5 libras el límite de 10 que figuraba como overdraft en mi cuenta, me serían impuestos recargos varios. Por si fuera poco, mi amigo llamó a su antigua jefa en Abbey que, una vez más, afirmó que no tendría que haber sucedido esto.

Me dirigí, pues, a la sucursal una vez más. En esta ocasión me disponía a ir directamente arriba, pero el hombre de información me dijo que no había nadie disponible y que tendría que hablar con él. Le expliqué mi situación y su respuesta fue que desde una sucursal no se podía hacer nada al respecto y me dio un teléfono al que poder elevar reclamaciones. Asimismo me dijo que el concepto de tarjeta de débito no era exactamente el que mi amigo que trabaja en un banco, su antigua jefa en otro, mi padre (que ha trabajado toda su vida en una Caja de Ahorros) y yo suponíamos; por el contrario me dio unas muy vagas explicaciones por las que, al parecer, la inexistencia de fondos en una cuenta no inutiliza la tarjeta sino que añade gravámenes al dinero extra que se ha utilizado. Todo porque se espera que yo sepa cuánto dinero tengo.

Resumiendo: un cliente de Barclays que sale al extranjero durante unos meses debe saber en todo momento el dinero que tenía a su salida del país; llevar un minucioso registro del dinero retirado; ser consciente de que, pese a vivir en un mundo globalizado (concepto este particularmente ligado a la esfera económica), si acudo a un cajero del mismo banco, se me van a cobrar comisiones; saber que estas comisiones serán iguales a las de cualquier otro banco; tener conocimiento de a cuánto ascienden las mencionadas comisiones (dato que, como es natural, no me ofreció ninguno de los cajeros que utilicé, ya sea en porcentaje o en cantidad exacta); averiguar el índice de cambio vigente cada uno de los días en los que se utiliza la tarjeta (ya que los ingleses se niegan a compartir la moneda común a la unión económica de la que dicen ser miembros). Y todo esto con un margen de error de 15 libras (10 si nos ponemos estrictos).

En fin, que no tuve tiempo de solucionar el asunto, con lo que abandoné el país con la reconfortante condición de moroso a mis espaldas. En principio lo más probable es que no vuelva al Reino Unido más que como turista, aunque tampoco descarto la posibilidad de volver a pasar otra temporada por allí a medio plazo si las posibilidades laborales de allí se presentasen más halagüeñas que las de aquí.

Me gustaría, por lo tanto, solicitar asesoramiento. Con vistas a la conversación que habré de tener con los del banco. ¿Es posible de alguna manera que alguien se arriesgue a permitir que se utilice una tarjeta de débito sin límite alguno o tiene que ser necesariamente un error del banco del que yo no tendría que responder? Sobre todo porque, en ese caso, si no fuera porque me robaron/perdí la cartera en Nochevieja, ahora mismo podría -aunque no haría- empezar a sacar unos cuantos cientos de euros al día y que vinieran a buscarme. ¿Qué problemas tendría si dejara esa deuda sin pagar en el caso de que volviera a Inglaterra?

Contra lo que suelo hacer (no soy un JUAN cualquiera), también he copiado esto en el foro, donde podréis seguir la discusión que sobre este asunto se desarrolle.