lunes, enero 23, 2006

En concierto.

Como ya me conocéis, no os sorprenderá que me disponga en estos momentos a relatar algo que sucedió hace más de un mes: en concreto, el 6 de diciembre del año pasado. Muchos os echaréis las manos a la cabeza pero, como ya sabéis, la falta de tiempo y las elevadas dosis de güevonería que me caracterizan -aunque no necesariamente en ese orden-, junto a la necesidad de narrar las peripecias de mi ya felizmente ex-companero de piso han propiciado este pequeno retraso.

En realidad, todo comenzó bastante tiempo atrás, allá por el mes de septiembre. Una de las personas que compartían piso conmigo, como ya comenté en su día, era un italiano (ferviente seguidor de la Vechia Signora, para más señas) que en cierta ocasión me puso al corriente del evento que tendría lugar en la ciudad meses más tarde: un concierto de Tom Rowlands y Ed Simmons, más conocidos como los Chemical Brothers. Lo cierto es que hace algún tiempo que le perdí un poco el hilo a este grupo; en general, le perdí un poco el hilo a la música de baile en general pero, aun así, me apetecía asistir al concierto de uno de los grupos de mi adolescencia. De modo que me acerqué a la taquilla y retiré mi entrada.

Todo el asunto estuvo muy bien. En primer lugar porque volvimos a ver al italiano, que hacía meses que había vuelto a su país, y le tuvimos por casa durante tres días que, por cierto, recordaron tiempos mejores. Los mejores momentos en los meses que llevo viviendo aquí, al menos en lo que a convivencia se refiere, fueron en ese mes de septiembre en el que, tras ser invitados a marcharnos de los dominios de los Thompson, nos adentramos en los de Ricardo. Nos juntamos allí un grupo de gente de lo más variopinto en el que todos nos llevabamos muy bien; hasta Joe me parecía un tipo soportable por aquel entonces... Como muy bien decía Marta -la catalana que habitaba en el piso-, entonces te apetecía econtrar gente cuando bajabas a cenar; después, rezabas por no tener que enfrentarte a esos incómodos silencios provocados por la coincidencia espacio-temporal con gente a la que no tienes nada que decir. En fin, el resto de la historia ya lo sabéis: muchos se fueron, los que vinieron no mantuvieron el nivel y Joe... bueno, de Joe ya os hablé lo suficiente en el capítulo anterior.

En éstas que llegó el día del concierto. Mis acompañantes eran Omar -el italiano- y un antiguo compañero suyo de trabajo, polaco, por si alguno se lo pregunta. El primer dato destacable fue la presencia de una gallega y un aragonés, ambos de edad media-alta, en la puerta de la sala en la que se iba a celebrar el concierto. El lugar en cuestión es el Bournemouth International Centre, un complejo muy grande del que la mencionada sala es solo una pequeña parte. Estuve departiendo un rato con los paisanos, entre otras cosas, de otros conciertos celebrados con anterioridad como el de Prodigy o el de Faithless (este ultimo, al parecer, bastante bueno). Lo más divertido del asunto es que la procedencia espanola de los porteros fue descubierta por nuestro acompañante polaco mientras nos hallábamos consumiendo nuestras respectivas pintas (las suyas de cerveza; la mía de Strongbow) en el bar situado en la antesala de la sala, valga la rebuznancia, como medida con la que consumir un poco del excesivo tiempo de antelación con el que habíamos acudido al B.I.C. Nuestros temores en forma de aglomeraciones estaban totalmente infundados, y no tuvimos problema alguno en colocarnos a pocos metros del escenario. No dejó de ser llamativo el "escaso" público que asistió al evento, dado el caché y el nombre de que gozan los Chemical Brothers. O, al menos, el que yo les atribuía.

Una vez dentro, el teloneo corrió a cargo de un grupo de cuyo nombre no puedo acordarme (aunque tampoco he puesto demasiado empeño en ello, la verdad). Tras ellos, empezó el plato fuerte. La puesta en escena, como ya sabréis los que conozcáis un poco a este grupo, consiste en ellos dos tras un montón de sintetizadores y demás aparatos -en cierto modo recuerda al quirófano, una vez traída La Máquina Que Hace Ping, en la que los Monty Python asisten a una parturienta en The Meaning Of Life- que son manipulados por los Hermanos al ritmo de una música acompañada por un trabajado montaje visual.

Decididamente, pasé un buen rato: dos horitas pegando saltos y descargando adrenalina son del agrado de cualquiera. No obstante, tengo muy claro que habría disfrutado muchísimo más este concierto hace unos cuantos años. En primer lugar porque a mí me gustaban más como grupo -puede que por una evolución personal mía; puede que porque, como afirma El Vampiro, se hayan aburguesado; puede que ambas opciones sean correctas- pero, en segundo lugar, porque, como es natural, se centraron en sus trabajos más recientes que, no digo que sean peores porque, sencillamente, apenas los he escuchado. Vamos, que estoy convencido de que, incluso en estos momentos, un concierto de los Chemical Brothers integrado fundamentalmente por temas del Exit Planet Dust y del Dig Your Own Hole -sus dos discos que más oí y disfruté en su momento- me habría satisfecho en mayor medida.

Por lo tanto, como todo, la fórmula de los Hermanos Químicos (espero que sepáis perdonarme por esta pequena obviedad) tiene sus ventajas -grandes dosis de hedonismo y diversión, himnos que has oído y bailado hasta la saciedad (aunque, como ya habréis podido comprobar por cortesía de CLM, hay gente ardiendo que se mueve con más gracia que yo) , gran espectáculo audiovisual- pero también sus inconvenientes: no sé si será cosa mía, pero uno no puede dejar de sufrir una especie de Sindrome Milly Vanilly, ya que su forma de ofrecer los conciertos no da excesiva sensación de directo. Dicho de otra manera, si se limitasen a ocultar una simple mesa de mezclas tras toda esa parafernalia electrónica, dedicándose a mezclar sus temas como si de una discoteca se tratase -o incluso a reproducir una actuación pregrabada- nadie podría darse cuenta. Al menos, yo no. Por otro lado, fue de lamentar en determinados momentos un excesivo volumen con el que los chunda-chundas se comían todos los demás efectos, casi imperceptibles a menos que conocieras la cancion que estaba sonando.

Poniendo en una balanza pros y contras, creo que la fórmula resulta efectiva y que los Chemical Brothers se muestran bastante eficaces sobre el escenario. Especialmente, el rubio que solía lucir una frondosa cabellera, ahora ocultada por una galopante alopecia (desde luego, el tiempo no pasa en balde), que llevaba claramente el peso de la actuación, frente a una mayor pasividad de su companero.

Por cierto, como colofón al concierto, tras salir de la sala sudando y encontrarme con el intempestivo frío británico, agarré un catarro del que aun no me he recuperado al 100% (aunque ya casi estoy).

miércoles, enero 04, 2006

Informando desde Málaga.

Nadie me puede acusar de incumplir mi palabra. En mi anterior intervención prometí que haría todo lo posible por presentar una nueva actualización antes de venir a este magnífico lugar en el que los días de invierno pueden ser tan soleados como el que, con 20 grados ("casi verano", según palabras -convenientemente acompañadas por unos ojos desorbitadamente estupefactos- de una amiga noruega que también volaba a casa el lunes y que, no exenta de un cierto afán de mortificación propia, quiso comparar lo que le esperaba a ella y lo que me encontraría yo), me recibió ayer y en el que, sobre todo, los teclados están dotados de la maravillosa letra ñ y de acentos. No obstante, lo posible en este caso no ha sido suficiente.

Y no lo ha sido, básicamente, porque he andado muy liado estos últimos días con una nueva mudanza; doble mudanza, para ser exactos. ¿Y por qué doble mudanza? Pues vamos al lío: resulta que en estas fechas pre-navideñas, navideñas y post-navideñas se ha producido el segundo Gran Éxodo de extranjeros en esta ciudad tras el producido en octubre, lo que ocasionó que un par de habitaciones del piso en el que vivía quedaran vacías. Esta coyuntura fue aprovechada por mi casero para dejar caer la posibilidad de que probablemente necesitaría el piso entero para alojar en él a una familia, por lo que los que allí quedábamos seríamos reubicados en alguno de los otros pisos de su propiedad, aunque, en un primer momento, no se trató de algo definitivo, sino que me dijo que en un par de semanas sabría algo más. Pasó el tiempo y volví a ponerme en contacto con él, anunciándome que no sería necesario cambiar de piso ya que, por el momento, la familia sólo pretendía ocupar las habitaciones del piso de arriba. Aquello suponía que mi compañero de habitación y yo nos trasladaríamos a la habitación que dejaron libre Femke y Marta en el piso de abajo. Lo cierto es que el panorama no se presentaba demasiado halagüeño: quedarnos a solas con la familia y el "rompesillas" no era una posibilidad especialmente atractiva para Wissam y para mí, pero, dadas las circunstancias vacacionales de ambos que imposibilitaban la búsqueda de piso, se presentaba como un mal menor.

Nuestras respectivas escapadas obligaban, además, a efectuar la mudanza inmediatamente, ya que la familia pretendía instalarse a mediados de enero, fechas en las que Wissam se iba a Francia ese mismo fin de semana mientras que, con toda probabilidad, yo aún me hallaría disfrutando de este veraniego invierno para cuando ellos llegaran. En principio puede parecer que esta "pseudo-mudanza" no era gran cosa, que sólo consistía en bajar nuestra ropa y enseres personales de una habitación a otra, pero, por el contrario, supuso movimiento de camas y de diverso mobiliario: el mobiliario, para tener una habitación lo más confortable posible; las camas, porque en realidad, la habitación de las niñas había sido alquilada para un par de semanas por el brasileño para su familia. Hablamos con él y le pareció bien quedarse con la nuestra mientras nosotros nos íbamos directamente a la habitación de abajo, aunque con una condición: tener dos camas de la misma altura, ya que nuestro dormitorio sería ocupado por él y su novia.

Finalmente todo quedó en orden y nos quedó una habitación de lo más molona. Lamentablemente, un nuevo encuentro con mi casero supuso el descubrimiento de que no todo iba a ser tan fácil. Como ya habréis imaginado, la familia cambió de opinión y el casero nos informó de que nos tocaba hacer una mudanza en condiciones. Qué queréis que os diga, no nos podemos quejar: como bien es sabido, antes de realizar actividad física es conveniente realizar ejercicios de calistenia, y no siempre la vida te brinda la posibilidad de hacer una mudanza de calentamiento poco antes de llevar a cabo la de verdad.

La de verdad pudo llevarse a cabo tras una ardua operación de busca y captura de mi casero que se prolongó hasta el mediodía de ayer, momento en el que pude localizarle para que me diera las llaves y así tener un lugar en el que dejar mis cosas antes de que los invasores lleguen.

Joe, por su parte, parecía dispuesto a aferrarse a su habitación como el que se agarra a un clavo ardiendo. En alguna ocasión en la que tuve la mala suerte de coincidir con él en la cocina, me pareció que no tenía demasiadas intenciones de irse a ningún lado, impresión corroborada por la aparición de nuevas notitas destinadas, en esta ocasión, a la familia. Antes de revelaros su contenido, he de poneros en antecedentes: resulta que en el piso hay dos frigoríficos, de los que él afirma que uno es suyo; de hecho, si por desconocimiento introducías algún producto en "su" nevera, al día siguiente te lo encontrarías convenientemente reubicado en la otra. Debo confesar que siempre tuvimos sospechas de que, como se diría en el argot malagueño, nos estaba haciendo el gato, hasta el punto de que Marta se lo preguntó en cierta ocasión obteniendo previsible respuesta: lo había comprado él. No demasiado conforme con la versión de nuestro compañero de piso, la siguiente pregunta fue cuánto había pagado por él, pero, según parece, nuestro amigo desconocía este extremo al haber sido la nevera traída por un primo o algo así. Os preguntaréis por qué no nos dirigimos directamente al casero para asegurarnos; yo también. Pues bien, como habréis adivinado, Joe se ha apresurado a indicar a los futuros inquilinos qué frigorífico pueden usar y qué frigorífico les está vetado.

Sin embargo, he de aclarar que este tipo de cosas no son en absoluto significativas para la enorme alegría que supone para mí el perderle de vista. La silla, las notitas, el frigorífico, sus atrincheramientos en la cocina durante horas con su amigo portugués (al que también hay que echarle de comer aparte pero que, dada su condición de freakie del 15, uno no puede dejar de tenerle cierta simpatía siempre que no haya que escucharle durante más de cinco minutos seguidos)… minucias futesas. Lo verdaderamente importante de este tipo es que es plasta con entusiasmo; el tipo más insoportable que os podéis imaginar; un pelmazo de dimensiones olímpicas. Durante un cierto tiempo pareció estar enfadado conmigo por alguna razón que se me escapa, período durante el cual ni siquiera se dignaba a responderme cuando le daba los buenos días. Lo cierto es que no podía ser más feliz. Pero ahora parece habérsele pasado el berrinche y ya, para mi desgracia, hasta habla conmigo. No obstante, debo reconocerme terriblemente afortunado por pertenecer al género masculino, lo que me aliviaba considerablemente la carga de diálogo que vertía despiadadamente sobre mí. Mucho peor era la situación de Femke, la otrora "puta alemana", a la que, en cuanto coincidían en el tiempo y en el espacio, sometía a un férreo marcaje digno del de San Bernardo que obligó a Macijauskas a salirse dos metros de la línea de fondo para zafarse de él.

Para que os hagáis una idea de lo enojoso que puede llegar a ser una persona y de lo que tenía que aguantar la pobre os contaré lo que sucedió uno de los últimos días de Femke en el piso. Yo me encontraba desayunando en la cocina mientras ella entraba y salía. En una de éstas entradas, se abrió la puerta de su habitación. Llegó a parecerme que sonaba un lento y prolongado chirriar parecido al que solía acompañar a Bela Lugosi y demás familia de Valdis cuando abandonaban su sarcófago con los colmillos en pleno estado de erección ante la presencia de una incauta jovencita que se atrevía a merodear en solitario por inhóspitos lugares que nunca habría debido visitar. El terror me invadió; no había escapatoria posible. Nos iba a tocar aguantarle. Afortunadamente para mí, decidió cebarse con ella de la manera más inhumana que os podáis imaginar; sacó de su habitación un mortífero instrumento que debería estar contemplado en los Tratados de No Proliferación, si no en la mismísima Convención de Ginebra: un disco de Roberto Carlos (que, por cierto, fue, si no me equivoco, el mismo con cuya difusión a toda pastilla tuvo la osadía de despertarme a las 9 y pico de la madrugada del día 1 de enero). No es que pretendiera poner el disco mientras compartíamos cocina, no; lo que hizo fue ponerse a traducirle a la probe mushasha las canciones una por una. UNA POR UNA. Bien es cierto que no ponía las canciones enteras, sino que, por el contrario, se adhirió al método de escucha musical patentado por Rastaman (también conocido por aquí como Peter o, más recientemente, Sampretas): el de las mititillas de canciones. Aun así, tener a la probe mushasha durante un cuarto de hora soltando pretendidas risitas de complicidad ante cada estrofa es un castigo demasiado cruel. Yo, por mi parte, estaba sentado en una silla que les daba la espalda, lo que tenía una parte buena y una parte mala: lo bueno es que ellos no podían ver mi cara de estupefacción; lo malo es que yo no pude ver la cara de estupefacción de Femke. Lo mejor del asunto es que, contra mi convencimiento, esta idea de Joe según la cual Femke podría estar tremendamente interesada en conocer los textos de Roberto Carlos no venía de una conversación anterior en la que este nombre hubiera surgido por cualesquiera circunstancias; por el contrario fue, como se suele decir, por la puta cara.

Cuando hablé con mi casero ayer le pregunté por Joe, en parte por genuina curiosidad ocasionada por las notitas, en parte por la capa de sudor-escarcha que cubría mi espalda cada vez que se me pasaba por la cabeza la posibilidad de que acabara mudándose al mismo piso que nosotros, en el que, según pude comprobar el día que mi casero me enseñó el piso, aún quedaba una habitación libre. Y adyacente a la nuestra, nada menos. Según me comentó Ricardo, Joe se cabreó bastante, aunque finalmente tuvo que aceptar a regañadientes su cambio de residencia, aunque solicitó un mes más en mi ya antigua casa. Cada vez que me imagino a esta pobre familia conviviendo con Joe no puedo evitar sonreír maliciosamente. Especialmente cuando, hace un par de días al salir de mi habitación, pude oír cómo, si Zapatero hizo en los primeros tiempos de su mandato un llamamiento a los miembros -con perdón- de su partido a no caer en la autocomplacencia, Joe no pertenece al Partido Socialista o no sigue la disciplina de partido, ya que una serie de gemidos de los que pueden causar un trauma infantil, si es que esta familia tiene infantes, llegaron a mis oídos a través de su puerta.

Lo mejor de todo es que no ha sido la primera vez que he tenido la ocasión de oír semejantes psico-cacofonías. Recuerdo una noche en la que llegué de trabajar a eso de las dos de la madrugada, descubriendo que Marta estaba despierta gracias a un pequeño ataque de insomnio, lo que la impulsó a acompañarme a la cocina que, como recordaréis, comparte paredes con la habitación de Joe, para fumarse un cigarro y charlar un rato. Sabíamos que Joe estaba despierto porque la televisión estaba puesta a un volumen más allá de lo razonable a esas horas (si bien es cierto que las paredes de su habitación son de puro chapón ya que aquélla solía ser el cuarto de estar -de ahí la presencia de ese jardín, tan importante en la célebre historia de la silla- hasta que Ricardo decidió que podría sacar más dinero convirtiéndola en un dormitorio más), por lo que nos sentíamos libres para hablar en un tono normal; hasta que, a los pocos minutos de estar sentados, estos sonidos -que no venían del televisor- comenzaron a martillear nuestros puros y castos oídos. Todo parece indicar que no estaba acompañado salvo que: a) tuviera a alguien especialmente silencioso/a y/o aburrido/a como acompañante/a; b) le vaya la necrofilia. Lo que es seguro es que él sabía que nosotros estábamos allí, por lo que igual es que le va que le escuchen. En cualquier caso, tras compartir miradas atónitas y tensas risitas ahogadas, nos dispusimos a desalojar la cocina a la mayor brevedad posible.

Bueno, parece ser que mi proverbial dispersión ha provocado que, una vez más, me haya ido por las ramas de mala manera. Volviendo al tema en cuestión, os preguntaréis: ¿qué tal el piso? Bien, gracias. Es bastante parecida a la otra y situada en la misma zona. La habitación es de un tamaño bastante similar y, en general, adecuado. El resto de la casa tampoco difiere demasiado: dos cuartos de baño, una cocina un poco más pequeña que la que teníamos, pero en la que hay una tele y un calentador de agua, un jardín (lleno de ramas y desperdicios en general, eso sí)… Y al menos sabemos que hay dos frigoríficos utilizables por todos los habitantes de la casa.

En cualquier caso, parece probable que este sitio sea una cosa más bien transitoria y que a mi vuelta nos pongamos a buscar un piso de mayor calidad, pero ésa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.

Ah, se me olvidaba. ¡Feliz año a todos!