sábado, febrero 24, 2007

Les Luthiers - La Comisión (Himnovaciones).

Llevaba algún tiempo pensando que ya era hora de compartir con mis escasos -aunque, espero, ávidos- lectores alguno de mis números favoritos de Les Luthiers. Parece, desde luego, conveniente en un blog cuya dirección url es un juego de palabras entre mi nombre y el del maravilloso grupo de musicómicos argentinos. Pero me costaba decidirme. Imaginaba que lo correcto sería comenzar con alguna de las piezas compuestas por el célebre compositor Johann Sebastian Mastropiero, cuyo apellido decidí adoptar como pseudónimo en los foros tanto de ACB como de Unicajamanía.

Sin embargo, tras haber participado hace pocos minutos en el blog de Dani, he tomado mi decisión. El tema debatido allí no era otro que el pretendida y anunciadamente faraónico vídeomarcador, vergonzosamente chapucero en realidad. Este hecho no es más que un caso más de los que nuestros queridos políticos han decidido obsequiarnos a lo largo de los años. Pues bien, esta irritación sobrevenida al leer el muy acertado texto de Dani -y al elaborar el, como no podía ser de otra forma teniendo en cuenta su autor, aún más acertado escrito de respuesta- me ha llevado a seleccionar una serie de sketches extraidos de la obra Bromato de Armonio, en los que la clase política es objeto de una hilarante sátira (infinitamente más justa y necesaria en Argentina de lo que jamás podremos imaginar aquí, todo sea dicho).

Vean y disfruten:

Parte I





Parte II



Parte III



Parte IV

viernes, febrero 09, 2007

Kismet, Hardy.

Podemos decir que no se puede ganar un partido concediendo 2 y 3 tiros en cada ataque (14 rebotes ofensivos en total, para una diferencia global de 12; cosas que pasan, como venimos diciendo desde hace tiempo por aquí, cuando todos tus hombres altos no lo son tanto, al menos en comparación con los de los equipos en teoría destinados a estar arriba); podemos afirmar que, huérfanos de Brown y Garbajosa -no necesariamente por ese orden-, no sabemos muy bien qué hacer con la pelota; podemos recordar todas las veces que el señor Navarro nos ha matado (muy curioso que tantos y tantos de mis paisanos se empeñen en acusarle de no dar la cara en momentos complicados; ya me gustaría ficharle: además de contratar a un jugador soberbio, lo que nos íbamos a reír haciendo arqueología); pero no estaríamos dando con la clave, con las auténticas y verdaderas razones con las que explicar la nueva derrota en un envite decisivo frente a las hordas barcelonistas.

Destino. He aquí la verdadera razón. Nunca seremos capaces de sacarnos la espinita que, con ayuda de Don Miguelo, se clavó por primera vez en nuestra epidermis hace ya casi doce años, y que, una vez tras otra, se ha ido multiplicando hasta la saciedad. Sí, vale, hemos cosechado grandes victorias frente a la culerada en momentos relativamente intrascendentes (que contribuían a elevar la confianza en nuestras posibilidades; ya se sabe: más dura será la caída), pero, cuando de jugarse las habichuelas se ha tratado, las decepciones se han venido sucediendo con matemática asiduidad. Llevamos más de una década apelando a las leyes de probabilidad para fundamentar nuestra esperanza de que tarde o temprano llegaría el día en el que nos tomásemos cumplida revancha. Pero enfrentarse al Barça con algo serio en juego se ha convertido en algo más frustrante que jugar al Trivial con Valdis; año tras año se han venido sucediendo "oportunidades inmejorables" para ello: en esta ocasión, la condición de local y el enfrentarnos al peor Barça en años; la temporada pasada, en el Top 16, el mejor Unicaja de la Historia. Y eso por citar sólo los casos más recientes. Pero ni por ésas. Al menos esta vez no ha tenido lugar una de las legendarias remontadas culés, rayanas en los surrealista, a las que siempre hace referencia Jinete1; porque, niños y niñas, no debemos olvidar que nos hemos especializado en cosechar derrotas particularmente dolorosas cuando era éste el rival que teníamos enfrente.

Pero, como dicen en Argentina, la esperanza es lo último que perdimos. No va a suceder. El destino así lo desea. Cosas del determinismo.

El amigo DeVerde llegó a sostener que un día u otro aquéllo habría de suceder, puesto que Dios no podía odiarnos tanto. Parece que, contra los teóricos del libre albedrío, tal odio existe, y se hace patente en cada enfrentamiento vital frente a los azulgrana. Supongo que no es más que el castigo divino a quienes, como ya se encargó de denunciar Bouba (a quien no puedo dejar de dar mi más cordial enhorabuena; no puedo, no obstante, transmitirle deseos de buena suerte con vistas al resto de la competición), no dejamos de constituir la viva encarnación del mal en el mundo del deporte.

------------------------ACTUALIZACIÓN------------------------

El desastre se ha consumado: el Barça se ha proclamado campeón de la Copa del Rey. Y, lo que es peor, lo ha hecho en buena lid. Excepto el partido de semifinales, al que no pude acudir, los otros dos fueron clara y justamente vencidos por el cuadro azulgrana, con decepcionante actuación de sus rivales incluida. Del Unicaja, teniendo en cuenta su escasa fiabilidad este año, cabía esperárselo; del Madrid, pese a lo que pueda decir Felipe Reyes a modo de justificación, no tanto (terminar una primera parte con 15 puntos no hay cansancio que lo justifique).

Para mayor gloria culé y desazón general, las tres eliminatorias que los azulgrana han tenido que superar han tenido como participantes a equipos con el que el Barcelona mantiene rivalidades más o menos añejas. Probablemente sean los tres equipos a los que los aficionados barcelonistas más disfruten derrotando.

En fin, que dos Copas del Rey (sólo una en Málaga hasta este año, contra la idea que suele tener la gente), dos levantamientos de trofeo del Barcelona: ¿podría existir más cruel castigo?

jueves, febrero 01, 2007

Recordar es volver a vivir.

Dani, como algunos sabréis, colabora con acb.com com redactor independiente. Ha firmado ya algunos artículos muy interesantes, en especial los dos últimos que publicó, que son los que afectan a lo que me ha llevado a escribir. En ellos se narra los últimos minutos y la prórroga del partido que probablemente más me haya marcado en todos los años que llevo viendo baloncesto.

Es llamativo que este artículo haya sido publicado ahora y no hace un año, cuando se cumplió el décimo aniversario el enfrentamiento. En su momento pensé en escribir algo para tal efeméride, como ya hice hace un par de años para conmemorar el fallido triple de Ansley; lamentablemente, me hallaba en mi exilio británico, desde donde no disponía de un ordenador desde el que dar rienda suelta a mi incontinencia verbal frente a un teclado.

Alguien podría preguntarse sobre los motivos que pueden empujarnos a recordar con tanto cariño una eliminación. Para analizar y valorar en su justa medida lo que aquella maravillosa noche sucedió es necesario contextualizarla. Mirar aquello con los ojos de 2007 puede distorsionar nuestra percepción; a día de hoy, Unicaja ha sido Campeón de Liga y de Copa, lleva más de un lustro disputando la Euroliga y tiene unas posibilidades económicas y (consecuentemente) deportivas que en nada se parecen a las que nuestro equipo podía presentar entonces. En su momento, al rememorar la final del 95, ya escribí largo y tendido sobre los orígenes de nuestro equipo (merece la pena leer el texto que escribió al respecto alguien imparcial como Ignacio en los inicios del foro, recuperado para su blog) y sobre cómo pasamos de ser un equipo pequeño –cosa que muchos de los representantes malagueños en este foro parecen olvidar en ocasiones– a disputar una final de liga en unos tiempos en los que tal evento estaba reservado para únicamente tres equipos.

Tras aquella memorable final, vino el año de la consolidación. Había que demostrar que aquello no había sido mera casualidad, al tiempo que nos habíamos de enfrentar a un reto nuevo: la Euroliga. Tan apasionante desafía habría de ser afrontado con la sensible baja de Manel Bosch, el alero titular del equipo el año anterior, sólo paliada por la incorporación definitiva al mismo de dos jóvenes promesas de la cantera como Ernesto Serrano y Ricardo Guillén, aunque éstos ya habían disputado algún minuto durante la temporada previa.

Fue un buen año en líneas generales. Pese a la decepción de la Copa del Rey, de la que fuimos apeados en cuartos de final por el CB Murcia, la buena marcha del equipo a lo largo de la temporada permitió cosechar un muy meritorio tercer puesto en la liga regular (tras Real Madrid y Barcelona), sólo un peldaño por debajo del subcampeonato obtenido la campaña anterior. Por desgracia, un desliz en forma de eliminación en cuartos de final –eliminatoria que, por aquel entonces, se llevaba quien ganara tan sólo dos partidos– frente al TDK Manresa frustró los sueños que el equipo provocaba en –literalmente– toda una ciudad. Pese a tratarse de plantillas mucho más limitadas que de las que venimos disponiendo en los últimos años, la ilusión y la magia que desprendían nuestros jugadores en aquel bienio no ha sido igualada hasta ahora.

Pero estamos hablando de Euroliga. Las aspiraciones del equipo no prometían demasiado al inicio de la temporada. A pesar de todo lo demostrado el año anterior, la sensación de que todo lo que había ocurrido había sido poco más que una simple casualidad seguía flotando en el ambiente. Además, como ya hemos apuntado, contábamos con la baja de Manel Bosch, a la que había que sumar otra aún de mayor relevancia: como quiera que la liga ACB era la única en Europa que permitía un tercer extranjero, los equipos españoles tenían que renunciar a uno de sus jugadores para competir. En el caso de Unicaja, fue el ruso Serguei Babkov el sacrificado, lo que suponía perder a los aleros titulares de la final. Resumiendo, teníamos que competir con los mejores equipos del baloncesto continental con un equipo formado por un par de americanos, un chaval joven como Alfonso Reyes y un puñado de canteranos de diversos talento y madurez deportiva (y personal). Como se suele decir, el solo hecho de participar ya era un premio para los de Javier Imbroda.

Nuestra andadura comenzó en Francia. Un partido en una cancha con poca tradición como la del Antibes, que se saldó con una de las varias derrotas ajustadas que jalonarían nuestra trayectoria europea aquella temporada. Para colmo, la posibilidad de empatar el partido se vio frustrada por el hecho de que el pequeño contacto de la puntita de la larga bota de Nacho Rodríguez con la línea de 6,25 convirtió el lanzamiento anotado sobre la bocina por el malagueño en una canasta de dos, en lugar del necesario triple que habría forzado la prórroga; tras esta pequeña decepción, una doble victoria frente al Alba de Berlín y frente al CSKA de Moscú, que se vio derrotado en un inolvidable partido (pese a la memorable actuación del cañonero Igor Koudelin, la mayor exhibición de lanzamiento exterior que recuerdo haber visto en vivo junto a una de Oscar con el Fórum y a otra de Brisker con el Maccabi), hizo que las ilusiones volviesen a situarse en niveles absolutamente impensables apenas unos meses antes; luego vendría un serio correctivo en cancha del Olympiakos; y otra exigua derrota, en este caso en Salónica frente al Iraklis; tras la primera derrota en casa, frente a la Benetton (único partido al que no pude acudir), las cosas parecían “volver a su cauce”; y, una vez consumada la derrota en Estambul (por la, como ya sabemos, finalmente decisiva diferencia de 8 puntos) con la que terminó la primera vuelta, parecíamos estar dándonos de bruces contra la cruda realidad; no obstante, el coraje de aquel equipo no parecía agotarse jamás, y, conducidos por un majestuoso Nacho Rodríguez (en la mejor actuación que le recuerdo durante el que fue, sin duda, su mejor año), el Antibes no fue obstáculo en casa; volvíamos a enfrentarnos a un doble desplazamiento del que habríamos de sacar alguna victoria si pretendíamos apurar nuestras opciones, con desigual resultado: derrota en Moscú y victoria en Berlín; las opciones volvían a crecer, en especial al tocar a continuación dos partidos con la condición de local: un partido de infausto recuerdo frente al Olympiakos, saldado con uno de los atracos más descarados que recuerdo (al estilo de los que solían acontecer casi cada semana en las canchas griegas hace unos años, sólo que “exportado”), que se inició con Sigalas rompiéndole la nariz a Curro Ávalos y concluyó Imbroda reclamando los famosos “six seconds” –casi seven– que los griegos se negaron a jugar con la bochornosa aquiescencia arbitral (el reportaje de la revista Gigantes aquí, aquí, aquí, aquí y aquí); y fue el otro equipo griego, el Iraklis, quien tuvo que pagar los platos rotos, sufriendo la victoria más abultada del equipo malagueño; y, para terminar, una nueva derrota en Treviso, que situaba el panorama como ya es conocido: era necesario ganar por más de 11 puntos para no depender de que el Antibes perdiera frente al CSKA, circunstancia necesaria si nuestra victoria sobrepasaba los 8 puntos.

Y llegó el gran día. Nadie en su sano juicio habría pensado en disputar una Euroliga un par de años antes; las posibilidades de seguir adelante tras la primera liguilla parecían remotas. Una muy digna participación de este grupo de jóvenes malagueños (nativos y de adopción) apenas acompañados por un par de americanos se habían propuesto continuar con el maravilloso guión de película que habían estado protagonizando durante el último año y medio, y fueron capaces de alcanzar la última jornada con opciones. El ambiente en el pabellón era infernal. Lo había sido durante toda la competición, incluso en mayor medida de lo que había sucedido en aquella final (eso sí, sin movimiento de canastas). Personalmente me da pena el que ha venido reinando en nuestras participaciones europeas desde que regresamos a esta competición (naturalmente, agudizándose año a año), con partidos en los que las gradas están medio vacías y los que están se limitan a batir palmas al ritmo de la sintonía del sexagenario Rocky.

Unicaja salió con fuerza. No obstante, poco a poco fue perdiendo fuelle. Parecía que la presión comenzaba a hacer mella, y, durante toda la segunda mitad, el marcador se hallaba muy igualado. No parecían las cosas propicias para alcanzar siquiera los 8 puntos necesarios para ganarnos el derecho a pegar la oreja al transistor. El reloj iba descontando segundos y la ventaja continuaba estancada. Todo ello pese a la monumental actuación del gran Kenny Miller en todas las facetas, destacando sus espectaculares tapones a todo el que osaba merodear por las inmediaciones de sus dominios.

Hasta que sucedió lo que podéis ver en este vídeo.

Al hoy denostado Javier Imbroda se le ocurrió la genial idea de forzar el empate. En un desenlace absolutamente surrealista, los dos equipos estuvieron lanzando a fallar durante un minuto y medio. Jamás un punto del equipo contrario ha sido más celebrado que ese tiro libre de Shackleford. No dábamos crédito: era imposible que hubiera sido un despiste, a la vista del fallo tan descarado en el primer lanzamiento. Fue la demostración palpable de que la telequinesia existe: 5000 mentes empujando el balón hacia donde tenía que entrar fueron una carga demasiado pesada para ser contrarrestada por la voluntad de un solo hombre, aunque fuese un bicharraco de 2.10; o, quizás, los hados del Olimpo canastero decidieron dar una oportunidad más a los que tantos merecimientos habían hecho durante la competición; puede, tal vez, que ese guionista invisible que dibuja los trazos de cada una de nuestras miserables existencias, generalmente tan gris y aburrido, tuviese una tarde de inspiración digna de una candidatura a los Globos de Oro. Sea como fuere, ese tiro entró.

Fueron entonces nuestros jugadores quienes tuvieron que probar su pericia a la hora de errar desde el 4.60. Contábamos con un consumado especialista en la materia, Kenny Miller, que optó por imitar a Shackleford en su primer lanzamiento, viéndose en la penosamente cómica situación de tener que aclararle al árbitro que el era así de malo y que no se creyera que normalmente tiraba mucho mejor. Mucho más disimulado en el fallo fue Gabi Ruiz.

Y, susto final incluido, el objetivo fue alcanzado. Cinco minutos más para soñar, y el canguelo provocado por el convencimiento de que en cualquier momento sonaría el despertador. Y lo que sucedió en ese período fue, en efecto, de ensueño. Pese a no contar con dos de los puntales principales del equipo, Nacho Rodríguez y Mike Ansley, el conjunto malagueño se convirtió en un torbellino que arrasó a los turcos sin piedad. El 2+1 de Alfonso nos dio alas; el triple de Curro hizo peligrar la estructura de la vetusta caja de cerillas con la que tuvimos el privilegio de contar como pabellón.

Como curiosidad, se puede apreciar en esa jugada que algún espectador comienza a hacer airados cortes de manga mirando hacia el banquillo visitante. Yo estaba sentado muy cerca, y todo viene porque el segundo americano del Ulker, lesionado, se había pasado gran parte de los últimos minutos provocando al público, poniendo caritas cada vez que su equipo anotaba, volviendo la cabeza una y otra vez hacia el mismo grupo de aficionados. Huelga aclarar que no nos volvió a dirigir la mirada desde los momentos previos al final de los 40 minutos.
Por desgracia, esos hados del baloncesto que tanto se habían esmerado en diseñar un desenlace de ensueño, debieron acabar por quedarse dormidos ellos mismos, y todo su trabajo se fue al traste, con un final decepcionante: una posesión mal calculada, un par de tiros libres fallados cuando había que meterlos, una inoportuna canasta del conjunto otomano… Sólo pudimos alcanzar los 9 puntos, insuficientes ante la victoria local en Antibes. Y el sueño se rompió. No fue posible gozar de una oportunidad para desquitarse de la final del año anterior frente al Barcelona, equipo que le habría tocado en suerte al equipo malagueño en cuartos de final. ¿Habríamos sido capaces de alcanzar la Final 4 frente a los azulgrana? Quizás en un universo paralelo en el que la justicia impere en el deporte en general y en el baloncesto en particular (aunque, ¿qué sería del baloncesto sin esas ocasionales dosis de "injusticia"? Probablemente algo mucho menos apasionante); en éste, jamás lo sabremos.